lunes, 3 de agosto de 2009

MÁS TARDE NO HABRÁ AJUSTES. ¿Y SI MURIERA HOY? (1)



El leñador se paró al lado de un árbol grande y alto que acababa de cortar, contemplando su trabajo con pesadumbre. El no había hecho ningún esfuerzo por investigar la naturaleza del terreno escondido debajo de los matorrales, y ahora encontraba para su consternación, que el árbol cayó en una angosta y rocosa hondonada que hizo imposible su rescate.

Mientras el árbol estaba en pie, el lañador podía decidir en qué dirección derribarlo; pero una vez cortado de su tronco, hacer un cambio en su posición estaría más allá de su capacidad hacerlo, por mucho que lo deseara.

Amigo mío, se está acercando el día cuando usted desearía ardientemente la oportunidad que es suya en este momento, pero su capacidad de hacer un cambio habrá pasado para siempre, como la del leñador arriba mencionado. Su condición al morir, salvo o perdido, tendrá que quedar decidida hoy para toda la eternidad.

Muchas personas creen erróneamente que la muerte es la aniquilación (el fin de la existencia) cuando en realidad es la separación del alma (la persona real), del cuerpo. En el tiempo cuando este cambio suceda, el alma entrará a su destino eterno, sea de bendición y gozo o tristeza y pesar.

Habrá gran regocijo para aquellos cuyos nombres han sido escritos en el libro de la vida, y profunda tristeza y miseria para aquéllos que han menospreciado o han rechazado el camino de salvación, provisto por el Señor Jesucristo.

Las Escrituras fueron dadas por Dios para nuestra admonición y están llenas de advertencias de que la muerte es el “punto de no regreso” y el fin de nuestro período de prueba. No habrá ningún cambio después que el alma esté separada del cuerpo. En el lugar que el árbol cayere, allí se quedará (Ecc. 11:3).

Si usted está esperando un tiempo más conveniente asegúrese de que nunca llegará, porque Dios nunca se equivoca del tiempo cuando él llama. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí el día de salvación” (2 Cor. 6:2). “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3:15).

Algunos dirán que atenderán a estas cosas cuando la ocasión les sea propicia, pero no quieren molestarse ahora. Permítasenos decir a quienes han leído estas líneas y en consecuencia han recibido el conocimiento de la urgencia de este asunto, que si demoran su decisión y la muerte les alcanza, morirán en sus pecados y tendrán que dar cuenta a Dios de la verdad a su alcance, si no la aceptaron. “El que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, no habrá para él medicina” (Prov. 29:1).

Proximamente la segunda parte...